miércoles, 19 de mayo de 2010

El Hilo Negro


Cuando ella me miraba todo tenía sentido. Cuando jugaba con sus piernas a cerrarlas y abrirlas mostrándome su corazón derrocado por la rabia, la ira, la pena. Estaba tan sola en esto que llamamos mundo. Estaba tan indefensa y lo único que quería era ser bailarina. Subirse a un árbol habría sido bueno en vez de tirarse de las cuerdas del columpio justo cuando éste se encontraba en lo más alto. Pero así era ella: impulsiva, ni siquiera pensaba mucho las cosas antes de hacerlas, o de decirlas. Pero así, así como era, yo la amaba tanto. Yo le escribía versos todas las noches, que al día siguiente pensaba leerle. Sin embargo, había algo que nunca me dejaba transpasar la línea entre ella y yo: había un hilo negro. Había un hilo protector que la envolvía y no dejaba que nadie se le acercara demaciado. Ella, tal vez, no se daba cuenta, porque cuando yo quería acercarme me iraba expectante, ansiosa, como diciéndole: ven, dime algo, lo que sea, nadie se acerca nunca, y no sé por qué...
Ella no lo sabía, ese hilo tejería su muerte. Yo la esperé años. Estuve siempre al borde del abismo por este amor enceguecido. Hasta que un día, decidí que lo más sano era partir de su lado, comenzar una vida, olvidarla, aunque en el amor que sentía por ella, se resumían mi infancia y mi juventud.
Hace algunos años, me enteré de que murió ahorcada por el mismo hilo negro que tanto la protegió y la amo. Tal vez si es cierto que el amor mata.

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