jueves, 28 de agosto de 2008

You are my Destiny

Niño más feliz, no se veía por la calle. Le diría a Clementina que la amaba. Ella se pondría feliz. Ella lo besaría. Oliverio ya no aguantaba más. Era ahora o no era nunca.
Un globo aerostático de colores bordeaba la vereda de Clementina.
Oliverio corrió a su encuentro.
-Me voy.
-¿A dónde?
-No sé.
Su amor se iba en un globo aerostático quién sabe a donde.
Clementina abrazó a Oliverio, su mejor amigo de toda la vida, abrazó a sus padres, y subió.
-Adiós, amores.
Oliverio rompió en llanto al instante. No podía creerlo aún.
Para qué tanto sacrificio si al final, uno está destinado. Uno no elige, a uno lo eligen. El destino te elige para triunfar o para fracasar.
Como no fue ahora, no fue nunca: nunca le diría a Clementina que la amaba, porque lo más seguro es que nunca volvería a verla, por lo tanto, ella nunca se pondría feliz por las palabras de Oliverio y nunca lo besaría en la boca, como él siempre había soñado.
Mala suerte. Tal vez, si hubiera sido más alto o si tuviera la nariz más grande o si supiera jugar poker, o leer braille, o si cantara en la ducha o hiciera por lo menos una vez al mes panqueques con manjar. Tal vez si fuera otro y no Oliverio, hubiera actuado antes y no justo el día en que la niña que ama decide irse a algún inhóspito lugar en un globo aerostático. Si no fuera Oli, ya llevaría años de novio con Clementina, tal vez hasta tendrían hijos, si no fuera Oli, y fuera, no sé, Ramón, Juan Pablo o Tomás. Da lo mismo quién, sólo otro, ser otro, hacer cosas que hacen otros potencialmente mejores que él mismo en diversos aspectos. Tener la suerte de otro, el destino de otro.

jueves, 7 de agosto de 2008

Ponceo en la Estación Mapocho

Estación Mapocho gris. Los calcetines le cubrían apenas hasta dos dedos abajo de las rodillas. Tenía frío, pleno invierno y se puso una falda negra, corta. Los ojos iban delineados, las mejillas blancas, entumidas de frío. El pelo desordenado, bien oscuro, casi negro. Sus zapatillas no abrigaban nada pero a ella le gustaban mucho porque se apegaban perfecto a sus pies. Un niño se sentó a su lado a ver pasar el viento. Violeta se llamaba ella, él, Martín. Las manitos de ambos, empezaron a acercarse de a poco, aunque no querían, fueron metiendo sus dedos por debajo de la ropa del otro. Violeta se sentía muy triste, había terminado hacía dos días con su pololo. Martín, sabía que nunca podría estar con la niña que le gustaba, puesto que a ella, él lo tenía sin importancia. Se dejaron llevar, con rabia, con pena, con toda su pasión puesta en lo que vivían en ese instante. Se miraron como quien mira un pedazo de carne a la parrilla. Martín tomó a Violeta por la cintura, y ella le apretó la barbilla con una mano. Metieron sus lenguas hasta la garganta, se mordieron los labios, bebieron como agua la saliva del otro. Se limpiaron la boca con las mangas al terminar de besarse. Violeta se puso de pie, luego Martín. Violeta tomó su bolso y se fue camino al metro. Martín, hacia el parque Forestal.