jueves, 31 de enero de 2008

Navidad


Mi hermanito y yo estamos perdidos, no sabemos dónde está mamá. Me dice que la extraña, le digo que también yo. Tenemos cinco y siete años, soy la mayor por eso tengo el deber de cuidarlo. A veces está muy triste y llora sin parar: ya, mi negrito (como le decía mamá), no llores más. Caminamos tomaditos de la mano hacia algún lado, sin rumbo fijo. La gente no nos da comida y tenemos que dormir en los diarios que ellos mismos desechan. Su basura es nuestra dicha fugaz, donde al fin podemos cerrar los ojitos y dormir y soñar con esa familia que tuvimos o que quisimos tener; soñamos ese árbol encendido de colores, con una gran estrella en la punta. Nos pegamos a las vidrieras llenas de televisores conectados en una sola frecuencia: Navidad, regalos, y lo más importante, Amor. Ese sentimiento que nos niega la sociedad entera pero no se atreve a reconocerlo. Que ustedes aman a los niños, que sin nosotros el mundo no es nada y que somos el futuro, es una mentira grandísima. Se dan el lujo de pasarse todas estas palabras por lo más asqueroso de su humanidad. Nosotros no estamos, nosotros no existimos y hoy un niñito se muere en el pesebre.

sábado, 12 de enero de 2008

Espiral de madera


Quiero ser un caracol
mirar desde abajo
desde mi inexistencia

quiero ser un caracol
y llenar los muebles de baba

quiero ser un caracol
y tener mi casa de espiral
a cuestas

quiero ser un caracol
y arruinar las plantas

quiero ser un caracol
y perder la carrera

quiero ser un caracol
y llorar lágrimas de sal

quiero ser un caracol
quiero ser tu Caralsol

Es que ninguna de las estrellas se repite

Era bueno cuando mamá te retaba a ti, pensando que eras yo. Al final, no te dolía que te echara la culpa; nos reíamos de que ella no supiera reconocernos. Nos mirábamos por horas a los ojos, fijo a los ojos. Nos tocábamos las manos, para sentir misma piel entre los dedos. Te gustaba que nos cortáramos pedazos de pelo y los dejáramos tirados por el piso, simulando una calvicie anciana.

Eras mi espejo favorito. En la casa habían miles, unos mas grandes, otros mas redondos y también algunos cóncavos; pero tú eras el mejor. Nos movíamos en increíble compás: girábamos, cerrábamos los ojos, sonreíamos al unísono. Nuestras voces eran de ballenas hambrientas.

Pero tú, (esto lo noté después) tú eras distinto a mí. Tú nunca querías comerte la comida, tú gritabas muy fuerte y te tirabas al piso cuando mamá te regañaba, tú no ibas al mismo curso que yo en el colegio; a ti no gustaban mucho las frutillas como a mí.

Empezamos nuestra historia siendo iguales pero cada uno tuvo el tiempo que quiso para formar su mente, para abrir sus pasos, para dejar el babero y los pañales, para aprender a escribir, para pensar en el futuro, para empezar la universidad, para tener una familia, para mirarnos de nuevo a los ojos, para tocarnos de nuevo las manos, para abrazarnos y para querernos otra vez.