viernes, 26 de diciembre de 2008

Difícil


Cuando queremos contar hasta diez, con las manos en los ojos como cuando éramos chicos, se nos vienen a la mente todos los raspones en las piernas, los llantos, las fiebres nocturnas, el olor de la ropa de mamá, sus manos ásperas, con pequeños cortecitos en los dedos, pasadas a ajo. Pero es un segundo, todo dura un segundo en la cabeza, en la nariz, en el corazón. Se pierde como los botecitos que se alejan por el río. Te sientes humano por postergar las ganas que tenías de comerte un chocolate para darle un billete a un indigente. Mierda. Te sientes humano por eso, te lavas las manos, te cepillas los dientes, te cambias los calcetines y te sientes humano. Con brazos largos y fuertes, te sientes humano, con la frente y la espala ancha, con las piernas firmes te sientes humano. Pura mierda. Estamos sentados con las rodillas juntas y no sabemos bien si lo que comimos o lo que no comimos hoy es la causa del dolor enorme que sentimos en el vientre. Estamos siempre jugando a taparnos los ojos y esperar con toda el alma que haya alguien detrás nuestro jugando con nosotros. Si no es así, se nos partiría la vista del llanto incesante; estamos solos y jugamos a que nos quieren.

Buscamos una cama calentita, de cojines amplios, buscamos a alguien con los pies pequeños y los deditos gordos para que nos acaricie la frente y se los enrede en nuestro cabello. Buscamos esa mirada transparente y sincera que nos recorra la piel, y que paso a paso vaya encontrando un detalle nuevo que ni siquiera nosotros mismos pudimos notar. Queremos sentirnos enteros, al fin completos, que ya no nos falta nada, que ya no haya por qué llorar. Que se acabe el vacío, entrar al pleno entendimiento y reconciliación con nosotros mismos. Pero siempre está la culpa, el vacío, la nostalgia, el dolor. Es una rueda de espinas que viene y va, devastando todo a su paso. Nosotros estamos presos en esta rueda horrible llamada rutina. Ahí vemos que somos todos iguales al resto, que nadie es “especial” como pensábamos, no hay ninguna media naranja ni ningún complemento que pueda llegar a hacernos creer que la vida es hermosa y que los arcoiris existen para los que podemos verlos.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Cliché:



Pescaré una
sinusitis tuya crónica
y llevaré tu olor
a donde lleve
mi nariz.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Diego y yo


Te llevo
en el pecho
agitándome las vértebras
como una estrella
opaca
brillando
en el medio
te llevo
estás ahí
eres un nudo
o lo mejor
que pasó desde
mi vida hasta ahora
y me dueles
en el cuerpo
me dueles
pero te llevo igual
adonde sea
/quiera

una angustia
una piedra
un peso
un sabor
caleidoscopio
multicolor
blancuzco azulado almendroso

No resuelvo esto

¿para qué?

ser feliz

si no sin
si no sin él

respaldo
frontera
dolor
en el medio
del pecho
una angustia
clavada
precisa

me obstruyes
él me obstruye
y no me deja
y yo lo llevo
con dolor
con angustia
lo llevo aunque
duela

no sé
me gusta
no me gusta

no me importa
nada
nada

me quiere
lo quiero

me gusta
o me duele

o

me gusta
y me duele

y aunque duela
aunque
aunque
lo llevo
en la frente
en el pecho
en el cuerpo

porque me duele
y me gusta
y lo quiero
y lo llevo.

jueves, 27 de noviembre de 2008


Quiero escribir en un libro verde
que me gustan los limones
las manzanas
y los leones grises
que no riman.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Nos creímos Superhéroes



Tanto que cruzábamos los puentes del Mapocho sin mirar; nos compramos carritos de sopaipillas enteros; subimos a la cumbre de cada uno de los cerros de Santiago y nos regalamos estrellas en medio de una noche hermosa, donde éramos los únicos capaces de sentir esto. Nos quedamos cortos de algo en el camino, porque jurábamos ante Dios que nuestro amor era capaz de salvar al mundo. Y ni siquiera podíamos mirarnos a los ojos de la vergüenza que nos daba sentir cómo todo se iba al carajo.

Desde donde se concentra mejor el smog de la ciudad, el resto nos veía a nosotros: botando los papeles en los basureros, pidiendo disculpas al chocar con alguien en el Paseo Ahumada, dándole el asiento a la señora gorda de la micro. Éramos tan tristemente inocentes, que pensábamos que con esos detallitos íbamos a ser felices e iríamos al Cielo juntos (después de casarnos, tener hijos y envejecer, claro).

Al final de la calle nos encontrábamos siempre con el mugroso semáforo en rojo, obligándonos a bajar los brazos y esperar un nosequé de un nosedónde que nos dejara seguir jugando un ratito más al Amor Verdadero con olor a fritura. Recién ahí podíamos seguir: escribiendo “Te Amo” en miles de hojas de colores, regalándonos la vida, inventándonos apodos y otra vez, creyéndonos superhéroes de nosotros mismos, del prójimo, de la relación, de las ballenas, de las flores, de los viejitos borrachos de los parques.

Antes, a mí me daba harta pena esto y lloraba, pero ya no, porque alguien me enseñó que no hay que llorar por cosas tontas.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Las niñas buenas se van al cielo, las malas van a todas partes


Esta es la incómoda situación que se nos presenta a la mayoría de las mujeres cuando debemos comunicarles a nuestras madres que, lo sentimos mucho, pero ya no podremos realizar su sueño de llegar puras y blancas al matrimonio, porque perdimos nuestra virginidad.

La madre está lavando los platos de la cena, o planchando o para qué incentivar el machismo: puede estar leyendo un libro recostada en el sillón o tejiendo algo. Nos acercamos a ella lentamente con un tierno, sugerente e interrogativo “mamá…”. Ella, de la forma mas dulce que jamás has vuelto a ver en su cara nos responde: “dime, hija”. Nos acercamos por completo, nos sentamos a su lado y le tomamos la mano. “Me pidió la prueba del amor”, decimos rápido y casi levantando las manos, como diciendo “yo no hice nada, cúlpalo a él”. Es la mejor y más usada excusa. Es un monstruo, piensa de inmediato tu madre y lo expresa claramente con su espantado rostro de telenovela. No puede entender que como tienes novio te dieron ganas de agarrártelo y eso es todo. Incluso te gustó. En definitiva, no te arrepientes de lo vivido, no lo cambiarías por un largo y casto camino hasta el día en que llegues (si es que) al altar. Para ella es un karma, para ti una bendición.

martes, 11 de noviembre de 2008

Bizarro Amor


Prefiero dejar este amor como uno de los tantos fallidos idilios de las novelas románticas. Donde el galán es perfecto, la damisela desastrosamente débil y su historia irrealizable.

Prefiero dejarlo como una tragedia de amor. Dejarte a ti, mi hombre perfecto y dejarme a mí, inocente y vulnerable perdernos en las hojas de un libro con un final malogrado.

Prefiero no frustrarte/nos con un irrealizable desenlace.

Prefiero envejecer al lado de cualquier otro a seguir en un barco sin timón (contigo). No te prefiero a ti porque pienso en el bien de ambos cuando digo que mi opción es: la novela desamparada aguardando un suspiro del otro detrás de una puerta inexistente.

Prefiero ver desde afuera el desastre final:

Enviándonos cartas ardientes a través de algún fiel emisario, que estamos seguros nunca leerían, diciéndonos en esas angustiosas e infinitas letras cuánto ansiamos (a través de empalagosos eufemismos) hacer el amor, pero no nos atrevemos a decirlo así nada más: buscamos hasta en lo más recóndito de nuestro lenguaje para que no suene vulgar al leerlo.

Prefiero que soñemos con el día que nunca llegará en que podamos al fin, contra todas las barreras existentes en el mundo, estar juntos; pero prefiero, no seguir intentándolo.

sábado, 25 de octubre de 2008

Dulzura:



Pucha que era pendeja cuando te tuve, más que ahora, mucho más. Temblaba al ver cómo me crecía incontrolablemente la panza a pesar de que la apretara con fajas. No había caso contigo, querías nacer y así fue. Mamá lloraba y me rogaba que dejara el trago y el cigarro por lo menos hasta que tú nacieras, pero, Dulzura, sabes que para mí eso fue y sigue siendo imposible.
Llegaste dos meses antes de lo esperado, mi mamá lloró harto cuando nos dijeron sobre tu problema. Mi Dulzura, yo también tuve mucho miedo: desde que empecé con las contracciones. Justo estaba carreteando con el Guiso y el Palacios en la Blondie. Me puse tan nerviosa que empecé a gritar como loca y la manga de imbéciles que estaban ahí no supieron hacer nada para ayudarme; tampoco fueron de mucha ayuda los giles con los que andaba. Igual el Guiso a pesar de lo volao que estaba, atinó y fue a llamar a mi vieja, a tu abuela, Dulzura mía. Mi viejo llegó al tiro en su autito de cuico que tiene (su súper Jaguar). Me tomaron y me subieron, con lo flaca que estaba no fue muy difícil.
Desde que llegué a la clínica, me dormí. (Me durmieron porque dicen que soy peligrosa). No me acuerdo mucho de ese día. Sólo cuando abrí los ojos, mi madre lloraba a los pies de la cama, y pude ver a mi padre fumar empedernidamente en el pasillo. Dónde está Daniel, pregunté. Ahí me dijeron que a causa de toda la droga que consumí durante el embarazo, tú venías con un retraso mental y con uno de tus brazos más corto que el otro. Ahí te juro que quise suicidarme por lo perra que fui contigo. Ahí llegó el Guiso. El muy maricón que hasta ahora no ha querido pasar ni uno para tu cuidado y mucho menos el apellido. Sin embargo, yo sé que te quiere, Dulzura; el Guiso, a su manera, te quiere muchísimo. Tus abuelos nunca supieron quién era “el padre de la criatura”, quise que quedara entre nosotros tres, sé que algún día me entenderás. Ojalá ese día también puedas perdonarme.
Otra vez manché la hoja, mira qué tonta soy, no puedo dejar de llorar al mirar hacia atrás. Al voltear hacia el pasado, a tu cunita blanca, tus pañalitos, el perfume para bebés, el plátano machacado. Eso que apenas pude mirar unos segundos, porque me encerraban casi todo el día en la pieza, y cuando podía me iba a la calle, a encontrarme con algún loquito que busque no estar solo, igual que yo.
Pucha, Dulzura de mi alma, las cosas son siempre como tienen que ser, si vivimos esto ahora, si ahora estamos lejos el uno del otro, si yo estoy aquí metida, por algo será. El destino fue más fuerte dulzura, más fuerte que todo el amor de madre pendeja que siento por tu ser. No pudimos contra él.
Tu Mamita

viernes, 19 de septiembre de 2008

Mala


Para qué te la voy a cantar
si es mala
no te va a gustar
no es que muerda
es sólo
que es mala
la letra
no
no te va a gustar
mejor
no te la canto
ni te la escribo
confórmate con pensar
que era muy mala
que si te la hubiera cantado
o te la hubiera escrito
no te habría gustado
así que
mejor dejémoslo así.

martes, 2 de septiembre de 2008

Profesional del Servicio

Así, como una vieja bien orgullosa de todas sus partes sueltas (pieles, grasas y otras), me subí en él. Qué viejo más sexy ése. Juro que hacer el amor con él, a mis 68 años, y a sus 71, fue mucho más rico que a mis 40 con mi primer marido, cuando ya todo se estaba acabando con él. La cosa es que con Richy, nunca resultó. Le faltaban ganas y fuerzas en la cama (principalmente, nos divorciamos por eso, no concibo una relación sin buen sexo).
Con Héctor, las cosas iban súper bien: a pesar de no ser muy jóvenes, hacíamos el amor todas las noches, y con distintos instrumentos de diversión. Pero fue eso lo que nos desgastó: la creatividad. Nos volvíamos locos el día entero pensando con qué sorprender al otro. Andábamos irritables, rendíamos mal en el trabajo, el stress nos estaba consumiendo. Decidimos separarnos para el bien de ambos.
Guillermo fue el tercero, con él, ya estaba pisando los 50...me sentía vieja. Ésa fue la única crisis de vejez en toda mi vida, porque Memo me mostró lo sensual que podía ser yo a pesar de mi edad. Estuvo bueno mientras duró. Sin embargo, el gran defecto de Guillermo, que también provocó nuestra separación, fue su infidelidad. No me engañaba físicamente con otras mujeres, pero tenía una fuerte tendencia a pensar que hacía el amor con otra cuando estaba conmigo. No fue difícil descubrirlo puesto que no se preocupó en ocultarlo; me llamaba por los nombres de las mujeres de la tele. Un asco. Me costó pero finalmente me deshice de él.
Luego de Guillermo, vino un tiempo de soledad, y no recurrí a líneas hot o a la temida “auto...”. No. Supe esperar con paciencia hasta que vi a la persona que yo quería me acompañara el resto de mi vida. Me costó acercarme a él, porque era el jefe de una empresa donde llegué a trabajar como pastelera. Mino total. A mí me sedujeron de inmediato sus manos grandes y sus blue eyes. Un día me acerqué. Y nos hicimos buenos amigos, claro que mis intenciones eran otras. Me enteré de que era viudo, de que no tenía hijos y de que su gran preocupación era: a quién dejarle de herencia esta fábrica. No se aparecía muy seguido por la empresa, pero cada vez que venía, almorzábamos juntos y me gané su confianza. Me invitó a cenar cierto día. Y apliqué toda la sensualidad que Guillermo me había demostrado, una puede tener a cualquier edad. Pero Don Pedro, se asustó, y me dijo que mejor me fuera a mi casa. Dejó de ir a la empresa por unos largos y angustiosos meses para mí. Hasta volvió y nuevamente me invitó a cenar a su casa. Me panteó otra vez su grave problema de no saber a quién dejarle la empresa de pasteles. No tenía ni hermanos y por ende, tampoco sobrinos. Me preguntó si acaso yo tenía hijos, puesto que quería casarse conmigo y aprovechar sus últimos años de vida con una mujer sincera y fiel. Yo no tengo hijos, le dije, pero sí una sobrina a quien adoro y que necesita ingresos. Es madre soltera, y es tan buena y jovencita.
Nos casamos en noviembre, luego de años de introspección entre nosotros. El día de la boda, lo único que quería era demostrarle a Peter todo lo que había aprendido durante mi vida sobre el sexo, pero no fue necesario. Pedro, a pesar de su edad, era un Dios en la cama. Me hizo la mujer más feliz y satisfecha del mundo. Gracias a él, tengo todo lo que siempre quise: un buen amante.
Peter me dejó viuda hace algunos años, y Pamelita, mi sobrina, ya se está haciendo cargo de la empresa, estudia ingeniería. David, ya entró al colegio. Puedo morir en paz.

jueves, 28 de agosto de 2008

You are my Destiny

Niño más feliz, no se veía por la calle. Le diría a Clementina que la amaba. Ella se pondría feliz. Ella lo besaría. Oliverio ya no aguantaba más. Era ahora o no era nunca.
Un globo aerostático de colores bordeaba la vereda de Clementina.
Oliverio corrió a su encuentro.
-Me voy.
-¿A dónde?
-No sé.
Su amor se iba en un globo aerostático quién sabe a donde.
Clementina abrazó a Oliverio, su mejor amigo de toda la vida, abrazó a sus padres, y subió.
-Adiós, amores.
Oliverio rompió en llanto al instante. No podía creerlo aún.
Para qué tanto sacrificio si al final, uno está destinado. Uno no elige, a uno lo eligen. El destino te elige para triunfar o para fracasar.
Como no fue ahora, no fue nunca: nunca le diría a Clementina que la amaba, porque lo más seguro es que nunca volvería a verla, por lo tanto, ella nunca se pondría feliz por las palabras de Oliverio y nunca lo besaría en la boca, como él siempre había soñado.
Mala suerte. Tal vez, si hubiera sido más alto o si tuviera la nariz más grande o si supiera jugar poker, o leer braille, o si cantara en la ducha o hiciera por lo menos una vez al mes panqueques con manjar. Tal vez si fuera otro y no Oliverio, hubiera actuado antes y no justo el día en que la niña que ama decide irse a algún inhóspito lugar en un globo aerostático. Si no fuera Oli, ya llevaría años de novio con Clementina, tal vez hasta tendrían hijos, si no fuera Oli, y fuera, no sé, Ramón, Juan Pablo o Tomás. Da lo mismo quién, sólo otro, ser otro, hacer cosas que hacen otros potencialmente mejores que él mismo en diversos aspectos. Tener la suerte de otro, el destino de otro.

jueves, 7 de agosto de 2008

Ponceo en la Estación Mapocho

Estación Mapocho gris. Los calcetines le cubrían apenas hasta dos dedos abajo de las rodillas. Tenía frío, pleno invierno y se puso una falda negra, corta. Los ojos iban delineados, las mejillas blancas, entumidas de frío. El pelo desordenado, bien oscuro, casi negro. Sus zapatillas no abrigaban nada pero a ella le gustaban mucho porque se apegaban perfecto a sus pies. Un niño se sentó a su lado a ver pasar el viento. Violeta se llamaba ella, él, Martín. Las manitos de ambos, empezaron a acercarse de a poco, aunque no querían, fueron metiendo sus dedos por debajo de la ropa del otro. Violeta se sentía muy triste, había terminado hacía dos días con su pololo. Martín, sabía que nunca podría estar con la niña que le gustaba, puesto que a ella, él lo tenía sin importancia. Se dejaron llevar, con rabia, con pena, con toda su pasión puesta en lo que vivían en ese instante. Se miraron como quien mira un pedazo de carne a la parrilla. Martín tomó a Violeta por la cintura, y ella le apretó la barbilla con una mano. Metieron sus lenguas hasta la garganta, se mordieron los labios, bebieron como agua la saliva del otro. Se limpiaron la boca con las mangas al terminar de besarse. Violeta se puso de pie, luego Martín. Violeta tomó su bolso y se fue camino al metro. Martín, hacia el parque Forestal.

domingo, 8 de junio de 2008

Y ahora, qué pasa?

ahora
nos vamos a mirar
detenidamente,
notaremos los cambios físicos
que ha sufrido cada uno
en este tiempo
pero
diremos,
con indiferencia,
estay igual

tú también estay igual

domingo, 1 de junio de 2008

Cucharas de Oro

Definitivamente no me gusta la gente perfecta. Esa que destaca absolutamente en todo lo que hace, esa que cuida su lenguaje hasta con sus compañeros de curso, esa que todos aman y uno no entiende bien por qué. Nos caen bien, ¿a quién no? Buena presencia, simpaticones, sonrisa estupenda, variados temas de conversación: desde deportes, política o cine, hasta farándula y en el último caso, clima. Al parecer, uno mismo les cae bien a ellos. Pero, no me terminan por convencer…hay varias cosas que no me gustan:
1.-Son clasificables: la gente normal, pasa por “del montón”, ellos no, tienen su espacio determinado en la sociedad o en su grupo de amigos.
2.-Cuando algo por muy pequeño que sea, se sale de lo establecido por ellos, se les cae el mundo: no son sicológicamente aptos para el temido ERROR PROPIO.
3.-Todo está tan ordenado en su cabeza-mochila-pieza-casa
que si se llega a perder, colapsan: no tienen idea de dónde buscarlo (“no tiene patitas, si desapareció, esto es grave”).
4.-Te sientes un fracasado frente a ellos: nunca escuchaste a nadie hablar tanto tiempo sin equivocarse y sin mentir.
5.-Empiezas a preguntarte si realmente tratas con un humano o una máquina: están a años luz del más leve descuido o tropiezo.

Sin embargo, un día, decides acercarte y poco a poco, los vas admirando: te empiezas a encontrar torpe, descuidado, aburrido y muy hablador (de cosas que sencillamente a nadie le importa). Lo triste es cuando el fanatismo es tanto que este amigo perfecto se convierte en “tu guía y mentor”. Empiezas a comportarte como ellos: a hacer yoga, aromaterapia, a leer el diario, a usar reloj, a escuchar jazz, a ver las noticias, redecoras sobriamente tu pieza y se te olvida un poquito cómo eres tú realmente:

Te gustan los colores chillones, el jazz contemporáneo te aburre, prefieres leer hasta los ingredientes del shampoo antes que el diario, detestas el olor a pachulí, te encanta llegar tarde a todos lados y no entiendes mucho las culturas orientales.

Explotas, vuelves a ser tú, y te das cuenta de lo lindo que es el desorden.

sábado, 10 de mayo de 2008

lunes, 7 de abril de 2008


Amor

Argentina y su grandes
edificios
se nos vienes encima

sus verdes calles
de pasto y tierra

la chicharra insistente
en el oído
nos depierta

al medio día

y ya es media semana

y ya es medio mes

que estamos acá
no aquí
acá

y ya nos vamos


Parque Rivadavia
y Parque Centenario,
esperan nuestra visita



Pensé
que esos bichitos
milenarios
llamados libélulas
eran de mentira
mitológicos

hasta que hoy,
Papupa
cazó uno

y el bichito
se le enronscó
entre sus deditos


Amor,
ya nos queda poco
acá.

jueves, 31 de enero de 2008

Navidad


Mi hermanito y yo estamos perdidos, no sabemos dónde está mamá. Me dice que la extraña, le digo que también yo. Tenemos cinco y siete años, soy la mayor por eso tengo el deber de cuidarlo. A veces está muy triste y llora sin parar: ya, mi negrito (como le decía mamá), no llores más. Caminamos tomaditos de la mano hacia algún lado, sin rumbo fijo. La gente no nos da comida y tenemos que dormir en los diarios que ellos mismos desechan. Su basura es nuestra dicha fugaz, donde al fin podemos cerrar los ojitos y dormir y soñar con esa familia que tuvimos o que quisimos tener; soñamos ese árbol encendido de colores, con una gran estrella en la punta. Nos pegamos a las vidrieras llenas de televisores conectados en una sola frecuencia: Navidad, regalos, y lo más importante, Amor. Ese sentimiento que nos niega la sociedad entera pero no se atreve a reconocerlo. Que ustedes aman a los niños, que sin nosotros el mundo no es nada y que somos el futuro, es una mentira grandísima. Se dan el lujo de pasarse todas estas palabras por lo más asqueroso de su humanidad. Nosotros no estamos, nosotros no existimos y hoy un niñito se muere en el pesebre.

sábado, 12 de enero de 2008

Espiral de madera


Quiero ser un caracol
mirar desde abajo
desde mi inexistencia

quiero ser un caracol
y llenar los muebles de baba

quiero ser un caracol
y tener mi casa de espiral
a cuestas

quiero ser un caracol
y arruinar las plantas

quiero ser un caracol
y perder la carrera

quiero ser un caracol
y llorar lágrimas de sal

quiero ser un caracol
quiero ser tu Caralsol

Es que ninguna de las estrellas se repite

Era bueno cuando mamá te retaba a ti, pensando que eras yo. Al final, no te dolía que te echara la culpa; nos reíamos de que ella no supiera reconocernos. Nos mirábamos por horas a los ojos, fijo a los ojos. Nos tocábamos las manos, para sentir misma piel entre los dedos. Te gustaba que nos cortáramos pedazos de pelo y los dejáramos tirados por el piso, simulando una calvicie anciana.

Eras mi espejo favorito. En la casa habían miles, unos mas grandes, otros mas redondos y también algunos cóncavos; pero tú eras el mejor. Nos movíamos en increíble compás: girábamos, cerrábamos los ojos, sonreíamos al unísono. Nuestras voces eran de ballenas hambrientas.

Pero tú, (esto lo noté después) tú eras distinto a mí. Tú nunca querías comerte la comida, tú gritabas muy fuerte y te tirabas al piso cuando mamá te regañaba, tú no ibas al mismo curso que yo en el colegio; a ti no gustaban mucho las frutillas como a mí.

Empezamos nuestra historia siendo iguales pero cada uno tuvo el tiempo que quiso para formar su mente, para abrir sus pasos, para dejar el babero y los pañales, para aprender a escribir, para pensar en el futuro, para empezar la universidad, para tener una familia, para mirarnos de nuevo a los ojos, para tocarnos de nuevo las manos, para abrazarnos y para querernos otra vez.