sábado, 25 de octubre de 2008

Dulzura:



Pucha que era pendeja cuando te tuve, más que ahora, mucho más. Temblaba al ver cómo me crecía incontrolablemente la panza a pesar de que la apretara con fajas. No había caso contigo, querías nacer y así fue. Mamá lloraba y me rogaba que dejara el trago y el cigarro por lo menos hasta que tú nacieras, pero, Dulzura, sabes que para mí eso fue y sigue siendo imposible.
Llegaste dos meses antes de lo esperado, mi mamá lloró harto cuando nos dijeron sobre tu problema. Mi Dulzura, yo también tuve mucho miedo: desde que empecé con las contracciones. Justo estaba carreteando con el Guiso y el Palacios en la Blondie. Me puse tan nerviosa que empecé a gritar como loca y la manga de imbéciles que estaban ahí no supieron hacer nada para ayudarme; tampoco fueron de mucha ayuda los giles con los que andaba. Igual el Guiso a pesar de lo volao que estaba, atinó y fue a llamar a mi vieja, a tu abuela, Dulzura mía. Mi viejo llegó al tiro en su autito de cuico que tiene (su súper Jaguar). Me tomaron y me subieron, con lo flaca que estaba no fue muy difícil.
Desde que llegué a la clínica, me dormí. (Me durmieron porque dicen que soy peligrosa). No me acuerdo mucho de ese día. Sólo cuando abrí los ojos, mi madre lloraba a los pies de la cama, y pude ver a mi padre fumar empedernidamente en el pasillo. Dónde está Daniel, pregunté. Ahí me dijeron que a causa de toda la droga que consumí durante el embarazo, tú venías con un retraso mental y con uno de tus brazos más corto que el otro. Ahí te juro que quise suicidarme por lo perra que fui contigo. Ahí llegó el Guiso. El muy maricón que hasta ahora no ha querido pasar ni uno para tu cuidado y mucho menos el apellido. Sin embargo, yo sé que te quiere, Dulzura; el Guiso, a su manera, te quiere muchísimo. Tus abuelos nunca supieron quién era “el padre de la criatura”, quise que quedara entre nosotros tres, sé que algún día me entenderás. Ojalá ese día también puedas perdonarme.
Otra vez manché la hoja, mira qué tonta soy, no puedo dejar de llorar al mirar hacia atrás. Al voltear hacia el pasado, a tu cunita blanca, tus pañalitos, el perfume para bebés, el plátano machacado. Eso que apenas pude mirar unos segundos, porque me encerraban casi todo el día en la pieza, y cuando podía me iba a la calle, a encontrarme con algún loquito que busque no estar solo, igual que yo.
Pucha, Dulzura de mi alma, las cosas son siempre como tienen que ser, si vivimos esto ahora, si ahora estamos lejos el uno del otro, si yo estoy aquí metida, por algo será. El destino fue más fuerte dulzura, más fuerte que todo el amor de madre pendeja que siento por tu ser. No pudimos contra él.
Tu Mamita