viernes, 9 de septiembre de 2011

Por otra calle

Las luces iluminaban las faldas del cerro como si este tuviera vida,
al menos por unos minutos,
yo sentí que podíamos volver a ser felices.

Después, vino el diluvio:
se nos llenaron los vasos con arena de desiertos rotos,
con aguas de ríos infectados de sangres,
se nos llenaron
con los lápices mal cortados
con los crayones y tizas usados
con las calaveritas de cementerio
dibujadas en máscaras extranjeras.

Se puso a llover, y me dijiste: me gusta tanto el frío.

Entonces, me fui
a llorar a una fuente de agua de deseos rompidos.
No rotos, rompidos, de esos que no se recomponen nunca.

Decidí que te esperaría
con un chocolate enredado en los dedos.

El volantín tricolor
no podrá

ser encumbrado este año.