martes, 31 de mayo de 2011



(texto en proceso)


La recordaría. Por algo mínimo, por lo menos por algo estúpido, pero la recordaría. Su pelo largo, negro y un poco ondulado, un poco desteñido por tanta tintura. Recordaría también sus labios partidos, sus labios siempre partidos en invierno y en verano. Recordaría que amaba los edificios rotos, los botones de colores, los lápices, las autos, los puentes. Su vida se cruzó con la mía en uno de esos puentes, nos reconocimos mediante un espejo que había en uno de ellos.

La recordaría, lo sé. De alguna y otra forma. Por su constante miedo a la derrota, por su obstinada actitud hacia la deriva, por su tendencia a la depresión, a la tristeza, a la angustia. Le costaba ser feliz, estar bien, reír sintiéndose plena.

Se pintaba los labios rojos, una vez vio que una señora muy vieja y muy linda se los pintó así. Si a ella le quedan bien, ¿porqué a mí no?

Yo sé que todas esas cosas algún día se me olvidarán, pero hoy espero poder recordar esa niña que fui de adolescente, cuando la sangre me hervía dentro de las venas y mi boca y mis manos no lograban externalizar esa pasión subcutánea.

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