
Cuando queremos contar hasta diez, con las manos en los ojos como cuando éramos chicos, se nos vienen a la mente todos los raspones en las piernas, los llantos, las fiebres nocturnas, el olor de la ropa de mamá, sus manos ásperas, con pequeños cortecitos en los dedos, pasadas a ajo. Pero es un segundo, todo dura un segundo en la cabeza, en la nariz, en el corazón. Se pierde como los botecitos que se alejan por el río. Te sientes humano por postergar las ganas que tenías de comerte un chocolate para darle un billete a un indigente. Mierda. Te sientes humano por eso, te lavas las manos, te cepillas los dientes, te cambias los calcetines y te sientes humano. Con brazos largos y fuertes, te sientes humano, con la frente y la espala ancha, con las piernas firmes te sientes humano. Pura mierda. Estamos sentados con las rodillas juntas y no sabemos bien si lo que comimos o lo que no comimos hoy es la causa del dolor enorme que sentimos en el vientre. Estamos siempre jugando a taparnos los ojos y esperar con toda el alma que haya alguien detrás nuestro jugando con nosotros. Si no es así, se nos partiría la vista del llanto incesante; estamos solos y jugamos a que nos quieren.
Buscamos una cama calentita, de cojines amplios, buscamos a alguien con los pies pequeños y los deditos gordos para que nos acaricie la frente y se los enrede en nuestro cabello. Buscamos esa mirada transparente y sincera que nos recorra la piel, y que paso a paso vaya encontrando un detalle nuevo que ni siquiera nosotros mismos pudimos notar. Queremos sentirnos enteros, al fin completos, que ya no nos falta nada, que ya no haya por qué llorar. Que se acabe el vacío, entrar al pleno entendimiento y reconciliación con nosotros mismos. Pero siempre está la culpa, el vacío, la nostalgia, el dolor. Es una rueda de espinas que viene y va, devastando todo a su paso. Nosotros estamos presos en esta rueda horrible llamada rutina. Ahí vemos que somos todos iguales al resto, que nadie es “especial” como pensábamos, no hay ninguna media naranja ni ningún complemento que pueda llegar a hacernos creer que la vida es hermosa y que los arcoiris existen para los que podemos verlos.